jueves, 29 de marzo de 2012

Sin licencia para rodar

Carlos Barrera transitando por las calles de la ciudad
Por Claudia Pinzón

Carlos Barrera en su condición de discapacidad, trabaja gracias a la Funadión Arcángeles, organización que ayuda a cientos de personas que se encuentran excluidas a raíz de sus limitaciones físicas.

El martes 27 de marzo a las 10 de la mañana, en la calle 26 con carrera 60 se encuentra Carlos Barrera cansado, con sus manos ampolladas, brazos tensionados y su camiseta mojada no sólo por el sudor sino también por la lluvia incesante que cae en Bogotá. Su cansancio se debe a la distancia que debe recorrer todos los días desde su casa ubicada en el barrio El Tintal, hasta su lugar de trabajo en el centro comercial Gran Estación, lugar en donde ahora trabaja gracias a la Fundación Arcángeles.

Este bogotano de 56 años perdió sus piernas en un accidente de tránsito en 1984. “A raíz del accidente, fue muy complicado conseguir trabajo por mi condición de discapacidad”, argumenta Carlos que desde hace algunos años se vinculó a la Fundación Arcángeles. Julián Puentes, funcionario de esta organización comenta, “es una asociación de varias empresas que buscan, a través de diversas áreas, articular esfuerzos para consolidar un tejido social que detenga la exclusión, segregación y tratos condescendientes a personas con limitaciones físicas. La cual ha vinculado más de 300 personas en los últimos cuatro años”.



Carlos de lunes a viernes hace un trayecto de dos horas que comienza desde las 5 a.m, hora en que se levanta y se prepara para atravesar las vías más congestionadas y por ende peligrosas de la ciudad. Él rueda en la calle, no en los andenes, ya que no están adecuados para que él pueda subirse. Así que se ve obligado a atravesarse a los buses, carros y motos poniendo en riesgo su vida. De vez en cuando hace paradas para descansar, saca una botella de agua que guarda en su mochila para refrescarse. Y de nuevo se prepara para seguir su camino hacia el occidente de la capital.

Su mecanismo de transporte son sus manos y silla de ruedas con los cuales transita más de 10 kilómetros, “la ciudad y el transporte público todavía no están adecuados para el desplazamiento de personas con discapacidad que en este caso ya no sería invalidez sino desigualdad”, dice Carlos mientras rueda por la avenida 68. En algunas ocasiones, Carlos decide utilizar Transmilenio, según Alexandra Falla directora de comunicaciones de este sistema integrado, “Transmilenio como sistema de transporte, es pionero en la atención a personas con discapacidad. Podríamos mencionar algunas características como las rampas de acceso al sistema de los portales y las estaciones, más los ascensores de uso exclusivo para los discapacitados. También los buses cuentan con plataformas”. Sin embargo, los buses alimentadores y articulados no cuentan con esta propiedad como lo asevera Falla. Carlos la contradice explicando, “una vez entré a una estación de Transmilenio y luego de pasar ciertos obstáculos, al llegar a la taquilla me dijeron que la entrada para discapacitados era al otro lado, cosa que me quitó alrededor de media hora. Luego al tratar de subirme a un articulado me demoré aún más tiempo porque no existen plataformas y nadie quería colaborarme”. Por otro lado, si Carlos decide subirse a un bus, los conductores no paran o si lo hacen no lo ayudan para subirlo, además él debe coger dos buses y esto también le quitaría mucho tiempo.

La decisión de Carlos ahora es rodar por las calles luego de pasar por tantos obstáculos utilizado transporte público. Cuando transita por la ciudad, algunas veces sube a los andenes para movilizarse en las ciclo rutas, único espacio en donde él puede moverse con un poco más de tranquilidad, sin embargo comentarios de ciclistas tratando de afanar a Carlos cansado ya de sus brazos, hace que se baje de esta vía y continúe su camino por la calle. Después de atravesar la 68, dobla por la calle 26 vía que sigue en construcción. “Cuando rompieron esta calle, me era muy difícil rodar por acá, porque en los pocos caminos habilitados para los peatones no me cabía la silla”, narra Carlos mientras que sortea su rumbo entre los andenes y la calle.

Según Germán Rodríguez, antropólogo de la Universidad Nacional, especializado en poblaciones excluidas, “una persona que sufre de discapacidades tiene ciertas ventajas todavía físicas que no lo alejan del mundo, pero socialmente son extraídas porque deben cumplir normas sociales como por ejemplo que todos debemos andar por el andén, y esto la gran mayoría de veces afectan a las personas en condición de discapacidad porque los andenes son muy angostos”.

Después de hacer la travesía de sur a occidente, Carlos llega a trabajar como guardia de seguridad en el centro comercial Gran Estación, en donde su jornada laboral es de ocho horas. Entra por el parqueadero y se cambia. Luego se apunta en la lista de asistencia, entra a la cafetería, organiza algunas sillas y toma un café. Finalmente sale y empieza a hacer rondas sólo en el primer piso. La aflicción de su recorrido deja como resultado la percepción de que Bogotá, una ciudad con más de 500 mil discapacitados no está acondicionada para incluir a aquellas personas que como dijo él, no se encuentran en condición de discapacidad sino de desigualdad.

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