jueves, 24 de mayo de 2012

¿Librerías en crisis?

El 11 de mayo, a través de un comunicado, Andrés Hoyos, director de Biblos, manifestó el cierre de esta librería, una de las más tradicionales de Bogotá. Sin embargo, negocios dedicados a la venta de libros como La Madriguera del Conejo, Prólogo y Arteletra, han logrado sobrevivir a las malas temporadas.

Por. Sergio Silva


Aunque entonces no sabía leer, bastó con que Mauricio Lleras visitara por primera vez la librería Buchholz en Bogotá en los años cincuenta, para que décadas después tuviese el impulso de llamar a un buen amigo y le propusiera crear una. “Oiga, ¿nos quebramos?”, fue la frase con la que convenció al nuevo socio que, años más tarde, se retiraría del negocio al ver que el pronóstico con el que empezaron se hacía realidad.
Hoy, con el recuerdo intacto de ese día, en el que quedó deslumbrado con los grabados de Jasón y los argonautas, Lleras aún mantiene en pie Prólogo – Café y Libro, como decidió llamar a su librería, ubicada en un local en la calle 96 con 11A. Y pese a que hace tres años pensó en cerrarla, como sucedió con La caja de Herramientas, Fórum y, hace dos semanas, con Biblos, no sucumbió ante la necesidad de echar todo su esfuerzo por la borda, y sacó adelante un proyecto en un país cuyo índice de lectura es del 1,6%, según cifras de Cerlalc (Centro regional para el fomento del libro y en América Latina y el Caribe).

Aquella vez, Lleras renunció al cierre al ver que su local empezaba a convertirse en un punto de referencia para clientes y algunos escritores que iban a tomarse un café o a sentarse en una de las cinco mesas en las que, además, podían comerse un sándwich, un pastel o una ensalada. Las deudas que acumulaba y que le eran imposibles de pagar en el momento, las tenía, principalmente, con los grupos editoriales.

Al igual que Prólogo, la librería Biblos, que había sido fundada por Camila y Consuelo Gaitán hace poco más de veinte años, estaba al borde del cierre hace un mes. Para subsanar los problemas económicos, Andrés Hoyos, quien era el director, había hecho un convenio con el restaurante Crepes & Waffles, en un intento de crear un nuevo modelo de negocios que le diera un soporte económico. Pero pese a ello, a principios de mayo los usuarios dejaron de recibir los correos electrónicos que cada lunes les anunciaban las diferentes actividades culturales que se llevarían a cabo en el lugar. Los problemas financieros no dieron espera, y el 11 de este mes, Hoyos y su esposa, Rocío Arias, anunciaron el fin de la librería. (Vea el comunicado)

Al día siguiente del cierre, en una entrevista con la revista Semana, Hoyos afirmó que las editoriales, las mismas con las que Lleras había tenido inconvenientes, fueron, en gran parte, las culpables de su crisis. “Las editoriales entendieron de manera muy estricta nuestro problema financiero: si yo no pagaba a tiempo, no me apoyaban más y se llevaban los libros. Así es el negocio”, dijo. (Vea laentrevista con Semana)

Ese negocio, en el que no han sobrevivido muchas librerías por varios años, a diferencia de la Lerner y la Nacional, funciona de manera distinta a los otros establecimientos comerciales. Las editoriales les entregan obras a los libreros en condiciones de consignación, y éstos se comprometen a pagar después de un mes el inventario vendido, el cual dura en estantes y vitrinas alrededor de 180 días. Luego, si nadie los compró, los recogen.

Para Alberto Ramírez, director editorial de Random House Mondadori, el problema del director de Biblos no fueron las editoriales. “Puedo garantizar que no le estaban cobrando ningún libro que no hubiera vendido. Entonces, ¿cómo le puede echar la culpa a un editor? Eso no tiene mucho sentido. Él recibió ayuda, me consta”, expresó.

De igual forma piensa Alejandro Cadavid, director comercial de Ediciones Océano, para quien el verdadero problema fue el mal manejo de la librería y el traslado hacia la sede de Crepes & Waffles.

“Es que hubo bastantes compromisos, y la deuda fue creciendo. Pero no es culpa de las editoriales porque siempre lo apoyaron, hasta en el Festival de la revista El Malpensante”, dijo, por su parte, Ileana Bolívar de Ediciones Urano. Para ella, aunque es muy difícil sostener un negocio dedicado a la venta de libros, más aún cuando el gremio es tan desunido y las nuevas tecnologías son la competencia, hay excepciones que han logrado mantenerse y han capturado un nicho de lectores significativo. “Ejemplo de ello es La madriguera del Conejo”, afirmó Bolívar.

Y es que esta librería, ubicada en la carrera 11 con 85, ha conseguido posesionarse en un mercado de pocos compradores en los diez meses que lleva de vida. “Este siempre ha sido un mercado de minorías; y, al contrario del caos que pueden generar las propuestas digitales, siento que hay una mayor capacidad adquisitiva y hay mayor interés en adquirir libros”, dijo Édgar Blanco, librero de La madriguera, quien calificó como buena su relación con las editoriales. “La mayoría son flexibles con los pagos.

Es que los editores son consientes de que depende que a nosotros nos vaya bien para que a ellos también”, explicó Blanco en el pequeño local, cuyo nombre recuerda el primer capítulo de Alicia en el país de las maravillas.


Sin embargo Adriana Laganis, librera de Arteletra, ve esa relación de manera distinta. “En los nueve años que llevo he visto cerrar varias librerías y, lamentablemente, no siempre han respondido a las deudas con los distribuidores y editoriales. Eso ha generado que las que estamos vivas seamos permanentemente presionadas, casi perseguidas”, señaló Laganis, al tiempo que resaltó la falta de políticas uniformes y sanas para el gremio, pues, según ella, siempre se piensa en intereses particulares.  

Pero a pesar de esos conflictos, los grupos editoriales fueron los que ayudaron a Mauricio Lleras cuando estaba a punto de cerrar Prólogo. Él decidió reunirse con ellos para ponerlos al tanto de la situación. “Miré a quién le debía más plata y llamé a Planeta. Me reuní con ellos. Propuse algo y me presentaron otra cosa. Y, en realidad, fueron muy generosos conmigo, muy generosos. Hice lo mismo con Santillana y me dijeron: ‘no le entregamos novedades por un tiempo, pero cuente con nosotros’. Después llamé a los de Océano y Ricardo Arango me dijo: ‘sabe qué, págueme 50 mil pesos semanales, no se preocupe’, recuerda Lleras, quien gracias a esa oportunidad hoy continúa como librero de su negocio, que pronto será trasladado al lobby de un nuevo hotel en la calle 95 que dedicará este espacio a las artes.

Allí espera aumentar el margen de ganancias del 16% que tiene actualmente, para “no joderse si llega a estornudar”. Por ahora seguirá poniendo en práctica lo que varios años en el mercado le han enseñado para que las editoriales no se le lleven libros que él considera fundamentales tener. “Antes se me volaban unos ‘piedronones’, pero ahora juego un poquito con ellas: les mamo gallo, hablo con los encargados, les devuelvo textos que pido nuevamente y así. Hay que saber moverse”, dice Lleras.

1 comentario:

  1. Incentivar la lectura desde el jardín infantil que sea un a política publica en Colombia los intelectuales no pueden seguir siendo una minoría y las librerías una especie en vía de extinción.

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