Por. Sergio Silva
Aunque
entonces no sabía leer, bastó con que Mauricio Lleras visitara por primera vez
la librería Buchholz en Bogotá en los
años cincuenta, para que décadas después tuviese el impulso de llamar a un buen
amigo y le propusiera crear una. “Oiga, ¿nos quebramos?”, fue la frase con la
que convenció al nuevo socio que, años más tarde, se retiraría del negocio al
ver que el pronóstico con el que empezaron se hacía realidad.
Aquella
vez, Lleras renunció al cierre al ver que su local empezaba a convertirse en un
punto de referencia para clientes y algunos escritores que iban a tomarse un
café o a sentarse en una de las cinco mesas en las que, además, podían comerse
un sándwich, un pastel o una ensalada. Las deudas que acumulaba y que le eran
imposibles de pagar en el momento, las tenía, principalmente, con los grupos
editoriales.
Al
igual que Prólogo, la librería Biblos, que había sido fundada por Camila y
Consuelo Gaitán hace poco más de veinte años, estaba al borde del cierre hace
un mes. Para subsanar los problemas económicos, Andrés Hoyos, quien era el
director, había hecho un convenio con el restaurante Crepes & Waffles, en
un intento de crear un nuevo modelo de negocios que le diera un soporte
económico. Pero pese a ello, a principios de mayo los usuarios dejaron de
recibir los correos electrónicos que cada lunes les anunciaban las diferentes
actividades culturales que se llevarían a cabo en el lugar. Los problemas financieros
no dieron espera, y el 11 de este mes, Hoyos y su esposa, Rocío Arias,
anunciaron el fin de la librería. (Vea el
comunicado)
Al
día siguiente del cierre, en una entrevista con la revista Semana, Hoyos afirmó que
las editoriales, las mismas con las que Lleras había tenido inconvenientes,
fueron, en gran parte, las culpables de su crisis. “Las editoriales entendieron
de manera muy estricta nuestro problema financiero: si yo no pagaba a tiempo,
no me apoyaban más y se llevaban los libros. Así es el negocio”, dijo. (Vea laentrevista con Semana)
Ese
negocio, en el que no han sobrevivido muchas librerías por varios años, a
diferencia de la Lerner y la Nacional, funciona de manera distinta a los otros
establecimientos comerciales. Las editoriales les entregan obras a los libreros
en condiciones de consignación, y éstos se comprometen a pagar después de un
mes el inventario vendido, el cual dura en estantes y vitrinas alrededor de 180
días. Luego, si nadie los compró, los recogen.
Para
Alberto Ramírez, director editorial de Random House Mondadori, el problema del
director de Biblos no fueron las editoriales. “Puedo garantizar que no le
estaban cobrando ningún libro que no hubiera vendido. Entonces, ¿cómo le puede
echar la culpa a un editor? Eso no tiene mucho sentido. Él recibió ayuda, me
consta”, expresó.
De
igual forma piensa Alejandro Cadavid, director comercial de Ediciones Océano,
para quien el verdadero problema fue el mal manejo de la librería y el traslado
hacia la sede de Crepes & Waffles.
“Es
que hubo bastantes compromisos, y la deuda fue creciendo. Pero no es culpa de
las editoriales porque siempre lo apoyaron, hasta en el Festival de la revista
El Malpensante”, dijo, por su parte, Ileana Bolívar de Ediciones Urano. Para ella,
aunque es muy difícil sostener un negocio dedicado a la venta de libros, más
aún cuando el gremio es tan desunido y las nuevas tecnologías son la
competencia, hay excepciones que han logrado mantenerse y han capturado un
nicho de lectores significativo. “Ejemplo de ello es La madriguera del Conejo”,
afirmó Bolívar.
Y
es que esta librería, ubicada en la carrera 11 con 85, ha conseguido posesionarse
en un mercado de pocos compradores en los diez meses que lleva de vida. “Este
siempre ha sido un mercado de minorías; y, al contrario del caos que pueden
generar las propuestas digitales, siento que hay una mayor capacidad
adquisitiva y hay mayor interés en adquirir libros”, dijo Édgar Blanco, librero
de La madriguera, quien calificó como buena su relación con las editoriales.
“La mayoría son flexibles con los pagos.
Es que los editores son consientes de
que depende que a nosotros nos vaya bien para que a ellos también”, explicó
Blanco en el pequeño local, cuyo nombre recuerda el primer capítulo de Alicia
en el país de las maravillas.
Sin
embargo Adriana Laganis, librera de
Arteletra, ve esa relación de manera distinta. “En los nueve años que llevo he visto
cerrar varias librerías y, lamentablemente, no siempre han respondido a las
deudas con los distribuidores y editoriales. Eso ha generado que las que
estamos vivas seamos permanentemente presionadas, casi perseguidas”, señaló
Laganis, al tiempo que resaltó la falta de políticas uniformes y sanas para el
gremio, pues, según ella, siempre se piensa en intereses particulares.
Pero
a pesar de esos conflictos, los grupos editoriales fueron los que ayudaron a Mauricio
Lleras cuando estaba a punto de cerrar Prólogo. Él decidió reunirse con ellos para
ponerlos al tanto de la situación. “Miré a quién le debía más plata y llamé a
Planeta. Me reuní con ellos. Propuse algo y me presentaron otra cosa. Y, en
realidad, fueron muy generosos conmigo, muy generosos. Hice lo mismo con
Santillana y me dijeron: ‘no le entregamos novedades por un tiempo, pero cuente
con nosotros’. Después llamé a los de Océano y Ricardo Arango me dijo: ‘sabe
qué, págueme 50 mil pesos semanales, no se preocupe’, recuerda Lleras, quien
gracias a esa oportunidad hoy continúa como librero de su negocio, que pronto
será trasladado al lobby de un nuevo hotel en la calle 95 que dedicará este
espacio a las artes.
Allí
espera aumentar el margen de ganancias del 16% que tiene actualmente, para “no
joderse si llega a estornudar”. Por ahora seguirá poniendo en práctica lo que
varios años en el mercado le han enseñado para que las editoriales no se le
lleven libros que él considera fundamentales tener. “Antes se me volaban unos ‘piedronones’,
pero ahora juego un poquito con ellas: les mamo gallo, hablo con los
encargados, les devuelvo textos que pido nuevamente y así. Hay que saber
moverse”, dice Lleras.
Incentivar la lectura desde el jardín infantil que sea un a política publica en Colombia los intelectuales no pueden seguir siendo una minoría y las librerías una especie en vía de extinción.
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